1° de julio de 1974
Recordatorio de Juan Domingo Perón

La concejala Mariela Cabreros (PJ) rememoró en la sesión del pasado jueves en el Honorable Concejo Deliberante el significado político de Juan Domingo Perón, y también cómo impactó su muerte en el pueblo y las repercusiones que hubo en la prensa y los adversarios políticos.
– o – O – o –
Hablar del 1° de julio es hablar de todo lo contrario de una fiesta peronista, porque es recordar aquel 1 de julio de 1974 que amanecía con llovizna y mucho frío, con la JUP en el Hospital de Clínicas brindando un servicio universitario de solidaridad con el duelo popular por la muerte del General Juan Domingo Perón.
Impresionaba ver la tristeza, el desamparo de gran parte del pueblo por la muerte de su líder.
En las redacciones de los diarios se discutían los titulares, se le daba la conducción a quien más sensibilidad tenía para mostrar la muerte del General y las reacciones que provocaba. Y se llegó en ellas a una síntesis: “dolor”. Título de primera página de todos los matutinos del país; para que más abajo Rodolfo Walsh expresara en pocas líneas: “El General Perón, figura central de la política argentina en los últimos 30 años, murió a las 13:15. En la conciencia de hombres y mujeres la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá del fragor de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un líder excepcional”.
Los diarios aparecían con una franja negra, de luto.
La calle estaba colmada de ciudadanos que hacían cola consternados para pasar a despedirlo.
Se murió el General. ¿Quién nos defenderá ahora?, era la pregunta reiterada del pueblo argentino.
Nadie sabía lo que podía pasar en la calle, ni en el país, ni en el futuro… Se vivían horas de intensa angustia e incertidumbre.
Esa noche la cola se mantuvo: los argentinos dormían como podían, tirados en las veredas, tapados con cartones, refugiados en algún zaguán. Algunos iban al Hospital de Clínicas, a una Unidad Básica o no tenían donde ir: habían llegado esa misma mañana desde sus provincias conmovidos, tristes y aturdidos.
Ya hacía tres días que Perón había muerto, y en todo ese tiempo la ciudad se había paralizado.
Los diarios sólo hablaban de la muerte del conductor político más importante del siglo XX en el país y cualquier personaje, un poco público, hacía declaraciones.
“Con la muerte de Perón, no sólo la Argentina, sino el mundo ha perdido al hombre más grande de todos los tiempos”, dijo, por ejemplo, Amadeo Carrizo.
Y a su turno, después de Carlos Menem, el más joven de todos los gobernadores, Ricardo Balbín, de pie al féretro improvisaba: “Frente a los grandes muertos… frente a los grandes muertos tenemos que olvidar todo lo que fue el error, todo cuanto en otras épocas puede ponernos en las divergencias y en las distancias, pero cuando los argentinos están frente a un muerto ilustre, tiene que estar alejada la hipocresía y la especulación para decir en profundidad lo que sentimos…”; decía, muy emocionado, y estaba preparando su remate: “Este viejo adversario despide a un amigo”.
Aquel amigo que a sus cincuenta años había asumido la presidencia de la República, y definía en una de sus mejores piezas oratorias sus convicciones: “…triunfo con el espíritu comunicativo de la juventud y la alegría contagiosa de la verdad […] con la gloria de haber contribuido a implantar la justicia social, afirmando el intangible principio de nuestra soberanía, y restablecido definitivamente el pleno ejercicio de la libertad para cuantos sientan el honor de habitar el suelo argentino…”.
Se mostraba magnánimo con los derrotados: “El momento de la lucha ha pasado para mí… -aseguraba Perón- Porque soy y me siento el presidente de todos los argentinos, de mis amigos y de mis adversarios, de quienes me han seguido de corazón y de quienes me han seguido por un azar circunstancial, de aquellos grupos que se encuentran representados por las mayorías de las Cámaras y de los que están por la minoría”. Agregaba todavía una expresión de grandeza: “Al ocupar la primera Magistratura de la República quedan borradas las injurias de que he sido objeto y los agravios que se han podido inferir”, y nos dejaba algunos párrafos que han quedado como una clarinada convocante más allá de los tiempos: “Quienes quieran oír, que oigan, quienes quieran seguir, que sigan. Mi empresa es alta y clara mi divisa. Mi causa es la causa del pueblo. Mi guía es la bandera de la Patria…”.