Hechos de junio del 55 y del 56

Reflexiones del edil Juan Mecca

Hoy debemos apelar una vez más a la memoria, a los acontecimientos que han marcado la historia nacional. Por eso se hace ineludible recordar el bombardeo de Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955 o los fusilamientos del 9 de junio de 1956. Estos hechos trágicos integran una estrategia que se ha repetido tanto en los gobiernos de facto como en los gobiernos impuestos por los sectores hegemónicos y, por sobre todo, en la última dictadura militar, que fue por sus métodos la más violenta y represiva que asoló el país.
Sin embargo, si se exhuma nuestro pasado puede comprobarse que, en la historia argentina, violencia y política han estado -y siguen estando- entrelazadas en los conflictos de poder. Y estos conflictos son originados por contradicciones sociales, económicas o regionales; en consecuencia la violencia ha sido protagonista de nuestra historia.
En ese sentido, la clase dominante nunca escatimó en el empleo de la fuerza para lograr sus objetivos políticos y económicos; porque el pueblo representa una masa informe que sólo existe para sostener sus privilegios. Sarmiento le aconsejaba en una carta al General Mitre que “no trate de economizar sangre de gaucho. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes”. Ideas (o consignas) como éstas fueron llevadas a la acción y padecieron su instrumentación los pueblos originarios, los caudillos provinciales, los obreros de la semana trágica, de la patagonia y de Jacinto Arauz, los ciudadanos que estaban en Plaza de Mayo durante el bombardeo, los patriotas liderados por los generales Valle y Tanco que enfrentaron a la Revolución Libertadora, el compañero Felipe Vallese desaparecido en 1962, el Cordobazo, los fusilados de Trelew, la Triple A, los desaparecidos, los asesinados por el Estado neoliberal -que coronó su programa con la crisis del 19 y 20 de diciembre de 2001-, o Maxi Kosteki y Darío Santillán.
Señala la sinopsis del libro Marcados a fuego, de Marcelo Larraquy, que “Aquellas matanzas no fueron fruto de una medida de excepción sino -junto con el bombardeo del 16 de junio de 1955- el acto fundacional del terrorismo de Estado en la Argentina y, como tal, el anticipo de un genocidio. La impunidad que gozaron los asesinos habría de alentar la escalada criminal que culminó en 1976 con el secuestro, la tortura y el asesinato de miles de personas”.
Queda claro en ese correlato cómo fue que la coerción siempre fue el modo de resolver las luchas políticas y sociales por parte de la elite conservadora, respaldada por los dispositivos represivos del Estado. Pero también la impunidad fue moneda corriente de estos hechos, es decir, las víctimas mismas eran responsables de su castigo; además lo ordena el funcionamiento de la justicia para que sea así, para que no se condene a los culpables.
La periodista Alejandra Dandán analiza el 16 de junio del ’55: “Una de las revelaciones más impactantes es indicio de por qué nunca se investigó la masacre. (Luis Eduardo) Duhalde dice que el propósito era ‘instaurar un triunvirato civil integrado por Miguel Ángel Zavala Ortiz, dirigente de la UCR, Américo Ghioldi del Partido Socialista y Adolfo Vicchi del Partido Conservador’. Zavala Ortiz tripuló uno de los aviones, huyó en la aeronave a Uruguay como muchos otros, volvió después del golpe del 16 de septiembre y luego como canciller de Arturo Illia acordó con el gobierno brasileño frenar el primer retorno de Perón del 2 de diciembre de 1964 […] En tanto, Ghioldi saludó un año después los fusilamientos de José León Suárez y fue embajador en Portugal de la dictadura de Videla. […] Duhalde señala que el comienzo estuvo en el 17 de octubre de 1945, y de la alianza que integró la oposición a Perón: una ‘coalición política y oligárquica’ auspiciada por el embajador de Estados Unidos Spruille Braden y el ex presidente de la Sociedad Rural Argentina Antonio Santamarina”. (Página 12, 17 de junio de 2009)
Es necesario reponer estas lecturas de la historia y de la realidad, porque si observamos con atención a lo sucedido en esta última década, se puede identificar la alianza, la participación y casi el mismo comportamiento de determinados partidos políticos, junto a organizaciones como la Sociedad Rural, la Embajada norteamericana y el monopolio mediático del Grupo Clarín, para desestabilizar a un gobierno legitimado en elecciones libres y soberanas por una amplia mayoría de votos.
Por eso no nos olvidemos que fueron capaces de bombardear a la población civil indefensa; que prepararon el terreno para derrocar a Perón, reelecto en 1952 con el 62%; que aquellas minorías oligarco-militares no escatimaron odio y violencia (como vemos en las marchas 8N o 18A). En esa jornada hubo más de 300 muertos y 700 heridos, además se inicia la persecución y la proscripción del peronismo, la referencia de las mayorías populares.
Y esta trama no sólo incide en el campo político sino también en el mismo periodismo; porque fue la investigación de Rodolfo Walsh (Operación masacre) la que permitió conocer los verdaderos intereses detrás de los fusilamientos en los basurales de José León Suárez y, además, amplió los modos de encarar la escritura periodística. Los fusilamientos de junio de 1956 fueron ordenados por Rojas, Aramburu y los ministros de Ejército, Arturo Ossorio Arana; de Marina, Teodoro Hartung; de la Fuerza Aérea, Julio César Krause; y de Justicia, Laureano Landaburu.
Muchos comprovincianos se plegaron a la contrarrevolución conducidos por el teniente coronel Adolfo Philippeaux. En la provincia ocuparon varios organismos estatales y las instalaciones de Radio Nacional, desde donde se dio lectura a la proclama, que también fue bombardeada.
Este breve racconto pretende recordar y homenajear a los luchadores populares que enfrentaron la injusticia instaurada por los sectores hegemónicos, que siempre pensaron un país para una minoría privilegiada y en perjuicio del pueblo. Por eso mi obligación, como representante de los vecinos, como militante, era traerlos a nuestra memoria, situarlos en la historia, porque como escribió Rodolfo Walsh “crecerá justicieramente en la memoria del pueblo, junto a la convicción de que el triunfo de su movimiento hubiera ahorrado al país la vergonzosa etapa que le siguió”.

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